Sucedió en el Estadio Central Slava Metreveli, de Sochi. Allí no pudo. Digo, aquel gran 7 de la Selección soviética en los Mundiales Chile (1962), Inglaterra (1966) y México (1970), y dicho sea de paso y a mi simple entender porque lo vi en películas, ese último el del mejor partido de todos los tiempos (Brasil 4-Perú 2); aquel gran 7, repito, con la camiseta del soviet en la que se podía leer CCCP (los bromistas, registran la crónicas, decían que significaba “camaradas cuidado con Pelé), Slava Metreveli, no pudo desde el cielo guiar a los rusos hasta semifinales, porque pese al empate agónico sobre el borde del cronómetro suplementario, los compatriotas del gigante comunista del socialismo autogestionario y organizador del los países dependientes en la ONU, el croata Josip Broz, tuvieron la puntería que hace falta cuando las definiciones llegan desde los doce pasos fatales, para parálisis cardíacas y éxtasis de jugadores y habitantes de las tribunas, hinchas que le dicen.
Por Tania Molotova (*)/ Josip Broz eligió “Tito” como nombre de clandestinaje y guerra al encabezar la Resistencia contra el nazismo en los Balcanes porque recordó que así lo llamaban sus compañeros del frigorífico Swift, cuando por un tiempo vivió en Berisso, los mismos con quienes solía jugar al fútbol en algún potrero próximo a la calle Nueva York. Nativo de Croacia, fue el refundador de la Liga Comunista e impulsor estratégico la Republica Federal Socialista de Yugoslavia, no sin haberse distanciado antes del modelo soviético de Moscú. La idea de apelar al recuerdo de Tito surgió de la lectura, este mismo sábado, de un más que interesante y cuidado texto que publicara el colega Marcelo Rodríguez en el diario Página 12: ‘Entre el mito y la leyenda: El Mariscal Tito y Estudiantes de La Plata. Con pistas que se diluyen y registros incompletos, hay una historia que vincula al hombre que lideró a Yugoslavia durante casi cuatro décadas con Berisso y el Pincha de Los Profesores’.
Así escribía el director de esta agencia que tuvo la gentileza de aceptar mis crónicas mundialeras, el 28 de abril pasado; y pese a la serie de versiones encontradas que circulan sobre el tema, que no voy a mencionar para no hacerla muy larga pero sí dejo en público que efectivamente se las traspasé en su momento al autor de la nota recién citada, está sí muy claro que, pese a estar rodeados de “triperos” del Lobo por Gimnasia, el futuro líder yugoslavo se hizo hincha de Estudiantes de La Plata.
El partido por cuartos entre Rusia y Croacia se jugó efectivamente en el estadio de la ciudad de Sochi, donde nació Metreveli, y lleva su nombre.
Mi padre me contó que el 18 de noviembre de 1961, después de una intensa reunión con compañeros del Partido Comunista y de su sindicato de canillitas, él y algunos de los suyos fueron al estadio de River para ver el partido que la Selección argentina jugaría con la soviética.
Muchos tiempo después y gracias a la existencia de los archivos que viven orondos en Internet, pude encontrar esta crónica que el 9 de enero de 1998 publicó el diario La Nación, que casi copio toda todita aquí mismito.
Ese día, el seleccionado argentino se enfrentaba con el soviético en un partido amistoso de preparación para el Mundial de Chile. En el primer encuentro que se había jugado en junio, en Moscú, habían igualado 0 a 0. Pese al cachetazo sufrido en 1958 en el Mundial de Suecia, frente a Checoslovaquia, que batió a la Argentina por 6 a 1, persistía la creencia de que los rusos, como se denominaba popularmente a los soviéticos, eran fáciles de vencer. Hasta causaba gracia el apellido del número nueve de aquel equipo que era capitaneado por la Araña Negra, Lev Yashin (escribo yo, entre los mejores arqueros de la historia. Ponedelnik era un tanque y borró las sonrisas irónicas de los aficionados con dos goles que sirvieron para la histórica victoria de los visitantes por 2 a 1. Pero esa tarde, una de las más tristes para nuestro fútbol, sobresalieron notablemente los dos punteros Tanto Metreveli como Mesji fueron incontrolables para sus marcadores que eran nada más ni nada menos que Simeone y Vidal, duchos en eso de enfrentarse con delanteros sobre la raya. La velocidad y el dominio del balón de los soviéticos se constituyeron en una sorpresa para los jugadores y para el público. Por las puntas llegaron los goles del tanque Ponedelnik y los mayores dolores de cabeza para los defensores. La perfecta utilización del contraataque se comentó durante mucho tiempo. Pero más allá de la tarea de equipo y de la derrota sufrida, en la memoria de los aficionados, durante años, quedó grabada la actuación de Metreveli, por la derecha, y Mesji, por la izquierda. A más de 36 años de aquel encuentro histórico en el Monumental, la muerte de Slava Metreveli, además del inevitable recordatorio de una figura del fútbol mundial, vuelve a poner sobre el tapete aquello de que no se debe subestimar a nadie antes de enfrentarlo. Aquel día, el seleccionado argentino formó con Roma; Simeone, Ramos Delgado, Sacchi y Vidal; Pizzuti (Pando) y Carlos Griguol (Rattin); Corbatta, Artime (Pagani), Sanfilippo y Belén (autor del gol del descuento). Grandes figuras que, sin embargo, no pudieron imponerse ante la velocidad, el orden y la determinación de los hombres de Yashin, Metreveli y Mesji.
Y me pregunto. ¿Acaso sin conversar acerca de cuestiones que separaron a los de Tito y a los de Stalin, no será que el Mariscal (¡Ah, me olvidaba, inspirador de los No Alineados en la ONU) y el diablo 7 de los rojos de Moscú no se habrán juntado para ver el partido de este sábado por la tele, y despacharse en silencio un vodkita, allá en el cielo?
Ojalá que así haya acontecido y ahora a esperar por Francia – Bélgica y Croacia – Inglaterra….mientras puteo en ruso porque no están ninguno de los nuestros, los del fútbol sudaca.
(*) Tania Molotova nació en Argentina, hija de militantes de izquierda. De muy niña vivió en Moscú. Estudió periodismo. Fue amiga y cómplice de poetas y bebedores, admite; y colaboró en publicaciones subterráneas. Como más o menos una vez afirmara ese enorme escritor inglés que fue John Berger, nuestra colaboradora sostiene: “mientras en el mundo sufra un solo pobre, ser de izquierda es una obligación moral”. Sus padres fueron asesinados por la mafia que tan impunemente actuó en la Rusia del ex presidente Boris Yeltsin. Ella regresó a su país natal. Dice, “escribo y escribo”. Vive con un librero anarquista. No tuvo hijos. Ama el fútbol y el boxeo. Se acercó a AgePeBA con sus textos sobre el Mundial Rusia 2018.