Altamente improbable. El mundo político – no el capitalismo global, entiéndase bien – sería sacudido por un tsunami. Pero hay cabecitas entusiastas que con eso sueñan y no en vano el día mismo de los comicios el diario británico The Guardian incluyó una crisis constitucional como eventual derivación de las elecciones que finalmente dieron la victoria Donald Trump. Además, las normas electorales estadounidenses dicen que los electores no están obligados por ley federal a respaldar a un candidato; sin embargo, en la inmensa mayoría de los casos lo hacen por aquél con quien se comprometieron. Muchos estados tienen leyes destinadas a garantizar que eso sea así, según recuerda el sitio Thegreenpapers.com.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / “Una crisis constitucional figura entre los cinco desenlaces posibles de las elecciones presidenciales estadounidenses”, afirmaba esta agencia el mismo 8 de noviembre, al recoger las opiniones del columnista del diario The Guardian, Tom McCarthy, acerca de los cinco escenarios posibles que preveía para el día después.
“Los resultados de las elecciones son más ajustados de lo que nadie hubiera podido imaginar. Quizás Trump gana en Nuevo Hampshire y otros estados decisivos, llegando a un empate del voto electoral. Puede ser que el escrutinio de Florida muestre un margen tan estrecho como en las elecciones entre Al Gore y George Bush de 2000, provocando un recuento de votos. Según la Constitución estadounidense, en este caso el Congreso debe intervenir para resolver el empate, pero no existe ningún precedente histórico. Uno de los electores, que se unen en diciembre para elegir técnicamente al presidente, también puede resolver el problema cambiando su voto y actuando en contra de la voluntad de los votantes. Pero en este caso el Congreso tiene que contar los votos de los electores en enero”, era la descripción del escenario de crisis constitucional previsto entre las cinco variables posibles.
No hubo empate técnico sino que Trump rompió las encuestas y el lobby de todo el aparato mediático pro demócrata, cuasi encabezado por los diarios The New York Times y The Washington Post; y el primero de los dos publicaba ayer mismo: “Trump ganó con menos votos gracias al Colegio Electoral, ¿por qué perdura este sistema?”, para después continuar con el siguiente recordatorio: En noviembre de 2000, cuando el recuento de votos de Florida, una senadora demócrata recién electa por Nueva York dejó de lado la celebración por su victoria para abordar la posibilidad de que Al Gore terminara ganando el voto popular pero perdiendo la elección presidencial. Hillary Clinton fue rotunda entonces: “Creo de verdad que en la democracia debemos respetar la voluntad del pueblo, y para mí eso significa que es tiempo de deshacernos del Colegio Electoral y optar por una elección popular para escoger a nuestro presidente”. Deiciséis años después, el Colegio Electoral sigue en pie y Clinton se convirtió en la segunda candidata demócrata a la presidencia (después de Gore) en la historia moderna en ser derrotada por un republicano que obtuvo menos votos (George W. Bush, en el caso de Gore). “Si de verdad estamos de acuerdo con el concepto de que ‘la mayoría decide’, ¿por qué le negamos entonces a la mayoría el candidato que ha elegido?”, dijo Jennifer M. Granholm, ex gobernadora de Michigan. El mismo Trump ha criticado el Colegio Electoral en el pasado. En la víspera de la elección de 2012, lo calificó en Twitter como “un desastre para la democracia”. Ninguno de los partidarios de Clinton ha ido tan lejos como para sugerir que el voto popular debería deslegitimar la victoria Trump. El margen del voto popular de la elección presidencial fue mucho más estrecho que el que separó a Bush y Gore en el 2000. Pero los resultados sí han renovado los llamados a una reforma electoral. “En lo personal, me gustaría ver que se elimine el Colegio Electoral por completo”, dijo David Boies, quien representó a Gore en el recuento de Florida en el 2000. “Me parece que es una anomalía histórica”.
Y lo que sigue de la nota de The New York Times es más que ilustrativo, respecto de la coyuntura que le está quitando el sueño al planeta político, en muchos de los casos sin justificativo alguno o partiendo de premisas tan falsas que asustan por provenir de las bocas que provienen, en general de supuestos analistas en los medios y líderes políticos, como que el triunfo de Trump implica que el neoliberalismo en el mundo está en retirada y que, por el contrario, una ola de proteccionismo avanza por el orbe. Parafraseando al fino ensayista alemán de postguerra, Hans Magnus Enzensberger, sobre finales del siglo XX – y añado, en su continuación durante estor primeros años del XXI – la sociedades – y muchas de sus voces representativas – abordan lo político desde cierta suerte de analfabetismo secundario: globalización es el nombre que se impuso para denominar a la actual etapa de capitalismo imperialista concentrado, proceso en el modo de producción de origen que comenzó a manifestarse cuando Estados Unidos sale de su guerra civil en el XIX, con los republicanos de Lincoln como vencedores, y se consolida hasta nuestros días tras el fin de la segunda guerra mundial; y durante todo ese tiempo medio histórico Washington tuvo una estrategia fundacional y común, difundir e imponer el libre comercio en el mundo y garantizar el más férreo proteccionismo fronteras adentro, fenómeno que hace ya décadas vieron con claridad Theothonio dos Santos y otros cientistas sociales creadores de la legendaria Teoría de la Dependencia.
Pero volvamos a la nota del matutino central de Nueva York, para seguir con el tópico electoral y lo del título de esta nota como acto improbable, que de paso nos habla sobre los límites estrechos de la democracia burguesa estadounidense: “Una variedad de factores nutrieron la creación del Colegio Electoral, que reparte un número fijo de votos a cada estado de acuerdo al tamaño de su población. Los padres fundadores buscaban asegurarse de que los habitantes de los estados con una población pequeña no fueran ignorados. Y en una época previa a los medios masivos de comunicación, e incluso a los partidos políticos, les preocupaba que el estadounidense promedio no tuviera información suficiente sobre los candidatos para tomar una decisión inteligente, así los ‘electores’ informados decidirían por ellos. Algunos historiadores destacan el papel crítico que jugó la esclavitud en la formación del sistema. Los delegados del sur que asistieron a la Convención Constitucional de 1787 y James Madison estaban preocupados de que sus electores fueran superados en número por los del norte. Sin embargo, el Compromiso de los Tres Quintos permitía entonces a los estados contar a cada esclavo como tres quintos de una persona, lo suficiente para asegurar una mayoría sureña en las carreras presidenciales. El miércoles, algunas personas en redes sociales hicieron algunas conexiones entre esa historia y lo que ellos percibían como un desequilibrio en el Colegio Electoral que favorece a los republicanos. ‘El Colegio Electoral siempre inclinará la balanza a favor de los votantes rurales/conservadores/“blancos”/viejos… una concesión a los esclavistas, tuiteó la ´notable escritora Joyce Carol Oates (…). Algunos estados han discutido una posibilidad que quizá no requeriría de una enmienda constitucional: deshacerse del sistema de “todo para el vencedor”, en el que un solo candidato se queda con todos los votos electorales —sin considerar el voto popular— y, en cambio, contabilizarlos de modo que representen el desglose del voto popular de cada estado. Dos estados, Maine y Nebraska, ya lo hacen. Pero incluso este planteamiento podría enfrentar un desafío constitucional de sus opositores, dijo Laurence H. Tribe, profesor en la Escuela de Derecho de Harvard”.
«Tengan en cuenta que la mayoría de los norteamericanos votó por Hillary Clinton. La mayoría de los norteamericanos la quiso a ella, no a él. Pero tenemos un sistema arcaico e inadecuado, llamado el Colegio Electoral, que lo hizo presidente», decía el miércoles en las calles de Brodway Peter Moore, periodista y cineasta famoso ya, con intervención muchas veces interesantes, aunque en el fondo un descubridor tardío de “las maldades del capitalismo y del sistema estadounidense”, lo que hace que su reivindicación desde América Latina hable de la cuota alta de tilinguería de nuestros “progresistas”, que suelen olvidarse de la tradición crítica propia.
Desde que el miércoles a la madrugada se conoció la victoria electoral de Donald Trump, miles de norteamericanos protestan en las calles y universidades a lo largo y ancho de Estados Unidos y en las redes sociales con un único mensaje: no aceptan que el magnate será su próximo presidente. Los manifestantes de todo el país fueron convocados por el nuevo movimiento Not my President (No es mi presidente), un nombre que surgió como una etiquete en la red social Twitter, ni bien se empezaron a conocer los resultados de las elecciones el martes a la noche. Además de llamar a manifestarse en todo el país, el movimiento ya convocó en su página de Facebook a organizar una protesta masiva frente a la sede del Congreso en Washington DC, durante la jura presidencial que protagonizará allí Trump el próximo 20 de enero. “Unete a nosotros el día de la investidura para hacer oír nuestra voz. Nos negamos a reconocer a Donald Trump como presidente de Estados Unidos y nos negamos a aceptar órdenes de un gobierno que pone a intolerantes en el poder”, reza la convocatoria. Mientras se prepara esa protesta, a lo largo y ancho del país las manifestaciones se multiplican. Una de las protestas más multitudinarias hasta ahora fue la de Nueva York, donde miles de personas se concentraron durante la noche del miércoles frente a la Torre Trump de Manhattan, sobre la Quinta Avenida, al grito de “no es mi presidente”, una consigna que se repitió en el resto de marchas registradas en más de 25 ciudades del país. “¡Donald Trump, vete! ¡Sexista, racista, antigay!”, coreaban los manifestantes en las calles de Nueva York. Una treintena de manifestantes fueron detenidos por desórdenes públicos o cortar el tráfico, según las autoridades, que informaron también que agentes policiales de la ciudad californiana de Oakland resultaron heridos en las protestas.También fueron numerosas las marchas en Seattle (Washington), Filadelfia (Pennsylvania) y Chicago (Illinois), esta última una ciudad en la que los manifestantes también escogieron el edificio de la Torre Trump como lugar de concentración y corearon insultos contra el magnate. La capital, Washington DC, así como Atlanta (Georgia), Boston (Massachusetts), Denver (Colorado), Austin (Texas), Portland (Oregon), Saint Paul (Minnesota) y las ciudades californianas de Los Ángeles, San Francisco y San Diego fueron igualmente escenario de protestas y vigilias, muchas de las cuales terminaron con detenciones por parte de la policía. En Portland, los 2000 manifestantes, según la policía, corearon: “No al KKK (Ku Klux Klan), no a Estados Unidos fascista, no a Trump”. En Los Angeles, en tanto, centenares de personas ataviadas con banderas de Estados Unidos y México y al grito de “manos arriba, no disparen”, cortaron la autopista 101, una de las principales arterias de la ciudad, provocando enormes embotellamientos en un tránsito caótico de por sí. Todo ello se produjo instantes después de que los manifestantes quemaran una efigie de Trump frente a la sede municipal de Los Angeles. En algunas de estas marchas también se quemaron banderas estadounidenses. Todas esas ciudades son bastiones demócratas en los que Hillary Clinton ganó este martes con grandes márgenes al republicano Trump, quien, pese a tener menos votos a nivel nacional, consiguió, contra todo pronóstico, más electores del Colegio Electoral que su contrincante. El largo párrafo precedente corresponde a una crónica publicada este viernes por el diario Página 12.
Reitero. Es muy poco probable que el Colegio Electoral desencadene el tsunami sobre el cual tienta a especular el título de esta nota, que bien puede responder a un guiño en torno al tono de farsa desde el cual el magnate del peluquín rubio y John Wayne Siglo XXI abordó su carrera política; o a un descanso antes de acometer, desde un próximo texto, con algunas reflexiones, seguramente muchas fallidas, acerca de la sarta de idioteces que vienen diciéndose en los medios y en la política de la sufrida Argentina.
(*) Doctor en Comunicación por la UNLP. Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Periodista y escritor. Director de AgePeBA.